martes, septiembre 21, 2010
BOYS FROM THE COUNTY HELL (I)
On the first day of March it was raining
It was raining worse than anything that I have ever seen
I drank ten pints of beer and I cursed all the people there
And I wish that all this raining would stop falling down on me
And it's lend me ten pounds and I'll buy you a drink
And mother wake me early in the morning
At the time I was working for a landlord
And he was the meanest bastard that you have ever seen
And to lose a single penny would grieve him awful sore
And he was a miserable bollocks and a bitch's bastard's whore
I recall we took care of him one Sunday
We got him out the back and we broke his fucking balls
And maybe that was dreaming and maybe that was real
But all I know is I left that place without a penny or fuck all
And now I've the most charming of verandas
I sit and watch the junkies, the drunks and pimps and whores
Five green bottles sitting on the floor
And I wish to Christ, I wish to Christ
That I had fifteen more
The boys and me are drunk and looking for you
We'll eat your frigging entrails and we won't give a damn
Me daddy was a blue shirt and my mother a madam
And my brother earned his medals raping gooks in Vietnam
On the first day of March it was raining
It was raining worse than anything that I have ever seen
Stay on the other side of the road
'Cause you can never tell
We've a thirst like a gang of devils
We're the boys of the county hell
viernes, septiembre 17, 2010
RUDIMENTARI PENI – “No More Pain” E.P. (Southern records, 08)
“Te enseñaré el miedo/en un puñado de polvo”, gruñe Nick Blinko en “A Handful Of Dust”, abriendo el último Ep de su banda; y su gutural escupitajo vale para definir casi a la perfección el trabajo de los Peni, una de las más oscuras leyendas de la música underground inglesa. Nacidos a la sombra de aquel anarco-punk hiperpolitizado e idealista, entregado a la acción directa, que tenía su ejemplo supremo en Crass, pero virados luego poco a poco hacia una especie de nihilismo gótico en espíritu y minimal en forma, su arte ocupa una extraña, perturbadora frontera entre la fantasmagoría y el haiku. Su reducción de la forma y su condensación del mensaje puede confundir a algunos -no sería difícil pensar en la banda como un chiste-, hay que bucear, acaso en uno mismo, para comprender que ni sus portadas a bolígrafo ni sus letras mínimas ni sus monotonías de coagulado punk lineal son fruto de una incapacidad, sino, muy al contrario, de una postura político/estética. Son una de esas rareza mágicas que surgen en una esquina lejana del páramo a la que no muchos se acercan a curiosear, y llevan desde el 82 cocinando en solitario hasta llegar a ese espacio desolado donde el punk alcanza la máxima simpleza de presupuestos y una de sus más altas cotas de desesperación: aquí no es que no haya solos, es que ni siquiera hay redobles de batería, ni cambios, ni partes de canción, ni estribillos, pero si, sorprendentemente, un sonido cuya capacidad de evocación es luminosa. Un trip al pasado, si no fuera porque podría serlo al futuro. El pisar de un embrutecido destacamento de orcos que en lugar de seguir a Sauron obedeciesen a Jean Paul Sartre. O a aquel Camus que terminaba “El Extranjero” diciendo: “para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me queda esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio”.//GATO PALUG
martes, septiembre 07, 2010
jueves, septiembre 02, 2010
COPE & HELL (how to & get to)
Inauguramos nuestra tarea arqueológica (un par de clásicos revisados por semana, o eso esperamos) con reseñas de dos de los enfermos favoritos de la casa, Richard Hell y Julian Cope, publicadas por cierto por nuestro nuevo colaborador el GATO PALUG, en el nuevo número de la revista Arraianos de nuestro iconoclasta amigo el partisano Aser Álvarez (van por el VIII ya, con su habitual calidad y ojo para la selección de colaboradores). Larga vida.
DIM STARS – “Dim Stars” (New Rose, 92)
Poca gente recordará hoy esta inmersión a pulmón en los bajos fondos físicos y mentales de N.Y. que Richard Hell ejecutó a principios de los noventa y decidió llamar Dim Stars (estrellas borrosas). Lo hizo inesperadamente flanqueado por un grupo de outsiders de lujo. Allí estaban Thurston Moore y Steve Shelley, de Sonic Youth, en una de sus fallidas misiones de rescate (lo intentaron también con otros “idiot savant” irrecuperables y brillantes como Robyn Hitchcock y Nikki Sudden). Y están Don Fleming, (Gumball), algún saxo de Jad Fair (Half Japanese) y la ocasional guitarra, siempre suciamente iluminada, del finado Robert Quine. Un supergrupo, en efecto, pero de cloaca “artie”, con el que Hell levantó su última incursión musical seria en el laberíntico y fantasmal espacio del Nueva York de la época, aquel en el que viejas momias del punk, gloriosos despojos de la charcutería no-wave y nuevas bestias ruidistas cohabitaban. Su paseo postrero por el laberinto de desoladas estancias de donde extraía ese romanticismo de cochambre urbana envuelto en alambre eléctrico que siempre lo distinguió. En ese último límite cortado al fondo por una línea interminable de excesos y por el olvido mismo, hay brotes espasmódicos de ese punk literario bordeado de histeria que el mismo inventó en los setenta, ejecutados con inesperada saña y agradable desaliño por la banda, pero también atisbos de un genio distinto, como en la emocionante “Monkey”, una sintomática balada de amor total y desguazado (“Could I get you to redesign and redeliver me again?”, canta), en el odio puro de “Memo To Marty” o en el actualizado retrato lourrediano que es “She Wants To Die”. Y hay tomas rasantes sobre la ola de freaks en clubs de última hora que era la suya propia, entonces, bailables recaídas en una hipotética discoteca noise demasiado cercana al infierno (“Baby Huey”, “Downtown at Down”, la negrísima e inquietante “Try This”). Un elegante baile sobre cuchillas de afeitar que muy pocos sabrían ejecutar así sin perderse para siempre. Un disco que es como un erizo eléctrico flotando en un tonel de aceite. La fina línea que separa el arte mismo del desastre total. //GATO PALUG
JULIAN COPE – “Jehovakill” (Universal/Island, 92) (Reeditado 2006)
A mediados de los 90, quien más quien menos consideraba que el futuro druida Cope estaba como las maracas de Machín después de una (mala) vida de rockerismo snob al borde del éxito regada abundantemente con sustancias tóxicas. Su carrera había sido talentosa pero errática, oscilando entre el glorioso pasado de los Teardrop Explodes y aparentes intentos narcisistas por revivirlo que a veces funcionaban y a veces no. En algunos de sus discos apreciables de entonces, como “Saint Julian” o “My Nation underground” hay tantas gemas como ridículos. Lo que nadie podía pensar es que esos bandazos de músico en falla creativa no eran en realidad sino los coletazos de un nuevo nacimiento, los espasmos de la adolescencia. Dos discos marcan su entrada en la verdadera madurez. Uno es su antecesor, el también imprescindible “Peggy Suicide” (un tratado sobre la madre tierra y sus serios problemas de entonces). El otro es este “Jehovakill” donde entra de lleno en las manías y pulsiones aún lo guián hoy: su posicionamiento "paganista", en frontal oposición al cristianismo, al que considera una fuerza castrante que ha llegado a desvirtuar el verdadero mensaje de la humanidad . Un viaje hacia el pasado para recuperar todo aquello que ha sido ocultado, desvirtuado y pervertido y que yace en los signos que restan y en el corazón del hombre. Una paja mental, pensarán algunos. En realidad una serie de reflexiones profundas que han ido creciendo en brillantez y fuste en los años posteriores hasta convertir esa labor de amor visionaria (que lo sitúa en cierto modo, salvas las distancias, junto al Robert Graves de “La diosa Blanca”) en una de las carreras más sorprendentes del rock y el pensamiento de las últimas dos décadas. Valga como puerta a su mundo este disco, una especie de nave nodriza donde hay de todo (de Jim Morrison al krautrock y del funk frío y el techno a Lou Reed) y donde su percepción está condensada con la brillantez propia de un mago musical y la entereza y gozosa expansividad que de quien sabe que su mensaje es uno de vida. “Jesucristo no es la cruz./La cruz es una representación/del Hombre erguido con los brazos abiertos/aceptando la creación”. Amén, marcianos. //GATO PALUG
DIM STARS – “Dim Stars” (New Rose, 92)
Poca gente recordará hoy esta inmersión a pulmón en los bajos fondos físicos y mentales de N.Y. que Richard Hell ejecutó a principios de los noventa y decidió llamar Dim Stars (estrellas borrosas). Lo hizo inesperadamente flanqueado por un grupo de outsiders de lujo. Allí estaban Thurston Moore y Steve Shelley, de Sonic Youth, en una de sus fallidas misiones de rescate (lo intentaron también con otros “idiot savant” irrecuperables y brillantes como Robyn Hitchcock y Nikki Sudden). Y están Don Fleming, (Gumball), algún saxo de Jad Fair (Half Japanese) y la ocasional guitarra, siempre suciamente iluminada, del finado Robert Quine. Un supergrupo, en efecto, pero de cloaca “artie”, con el que Hell levantó su última incursión musical seria en el laberíntico y fantasmal espacio del Nueva York de la época, aquel en el que viejas momias del punk, gloriosos despojos de la charcutería no-wave y nuevas bestias ruidistas cohabitaban. Su paseo postrero por el laberinto de desoladas estancias de donde extraía ese romanticismo de cochambre urbana envuelto en alambre eléctrico que siempre lo distinguió. En ese último límite cortado al fondo por una línea interminable de excesos y por el olvido mismo, hay brotes espasmódicos de ese punk literario bordeado de histeria que el mismo inventó en los setenta, ejecutados con inesperada saña y agradable desaliño por la banda, pero también atisbos de un genio distinto, como en la emocionante “Monkey”, una sintomática balada de amor total y desguazado (“Could I get you to redesign and redeliver me again?”, canta), en el odio puro de “Memo To Marty” o en el actualizado retrato lourrediano que es “She Wants To Die”. Y hay tomas rasantes sobre la ola de freaks en clubs de última hora que era la suya propia, entonces, bailables recaídas en una hipotética discoteca noise demasiado cercana al infierno (“Baby Huey”, “Downtown at Down”, la negrísima e inquietante “Try This”). Un elegante baile sobre cuchillas de afeitar que muy pocos sabrían ejecutar así sin perderse para siempre. Un disco que es como un erizo eléctrico flotando en un tonel de aceite. La fina línea que separa el arte mismo del desastre total. //GATO PALUG
JULIAN COPE – “Jehovakill” (Universal/Island, 92) (Reeditado 2006)
A mediados de los 90, quien más quien menos consideraba que el futuro druida Cope estaba como las maracas de Machín después de una (mala) vida de rockerismo snob al borde del éxito regada abundantemente con sustancias tóxicas. Su carrera había sido talentosa pero errática, oscilando entre el glorioso pasado de los Teardrop Explodes y aparentes intentos narcisistas por revivirlo que a veces funcionaban y a veces no. En algunos de sus discos apreciables de entonces, como “Saint Julian” o “My Nation underground” hay tantas gemas como ridículos. Lo que nadie podía pensar es que esos bandazos de músico en falla creativa no eran en realidad sino los coletazos de un nuevo nacimiento, los espasmos de la adolescencia. Dos discos marcan su entrada en la verdadera madurez. Uno es su antecesor, el también imprescindible “Peggy Suicide” (un tratado sobre la madre tierra y sus serios problemas de entonces). El otro es este “Jehovakill” donde entra de lleno en las manías y pulsiones aún lo guián hoy: su posicionamiento "paganista", en frontal oposición al cristianismo, al que considera una fuerza castrante que ha llegado a desvirtuar el verdadero mensaje de la humanidad . Un viaje hacia el pasado para recuperar todo aquello que ha sido ocultado, desvirtuado y pervertido y que yace en los signos que restan y en el corazón del hombre. Una paja mental, pensarán algunos. En realidad una serie de reflexiones profundas que han ido creciendo en brillantez y fuste en los años posteriores hasta convertir esa labor de amor visionaria (que lo sitúa en cierto modo, salvas las distancias, junto al Robert Graves de “La diosa Blanca”) en una de las carreras más sorprendentes del rock y el pensamiento de las últimas dos décadas. Valga como puerta a su mundo este disco, una especie de nave nodriza donde hay de todo (de Jim Morrison al krautrock y del funk frío y el techno a Lou Reed) y donde su percepción está condensada con la brillantez propia de un mago musical y la entereza y gozosa expansividad que de quien sabe que su mensaje es uno de vida. “Jesucristo no es la cruz./La cruz es una representación/del Hombre erguido con los brazos abiertos/aceptando la creación”. Amén, marcianos. //GATO PALUG
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