viernes, julio 20, 2012

ACLARACIONES (y otras perversiones)


Me he encontrado en mi blog (este blog) con un comentario de Carlos Zanón, escritor y periodista musical referente a mi artículo “Que se mueran los Bee Gees”. El caso es que el comentario  ha desaparecido y como es posible que en mi actual estado de resaca el culpable haya sido yo, sin darme cuenta, pido disculpas de antemano. Nunca borro ningún comentario si no es por accidente, y menos los que tienen sentido, y este lo tenía. Contesto, en todo caso:

-Lo de la “magnanimidad” era pura ironía, como se comprenderá… Creo que la ironía es importante para sobrevivir.

-Considero al señor Zanón -como por otro lado digo en mi artículo- un profesional solvente y con un estilo por encima de la media.

-Estoy de acuerdo con él en que cada uno escribe sobre lo que le parece y no dudo que él crea en lo que dice (no tengo razón alguna para hacerlo).

-Ser crítico de cualquier cosa implica equivocarse a menudo. La exageración es un error en el que yo incurro con frecuencia. Soportar la contracrítica es ley de vida.

-Los Bee Gees me siguen pareciendo una castaña nefasta.

-Mantengo mi opinión sobre la crítica rock en general, que era de lo que iba el asunto.

Aquí paz y después gloria.//LUIS BOULLOSA

SALEM (Live)



Una banda interesante de Chicago, sobre la que podéis encontrar algo más AQUÍ...

lunes, julio 02, 2012

ROYAL HEADACHE

Royal Headache - Never Again from Tracy Vanessa on Vimeo.

Alguien que traiga a ESTOS TIPOS por aquí...

EL CORAZÓN LLENO DE NAPALM – SÍMBOLOS DE SÍMBOLOS (I)



Decía Borges en alguna página de “Nuevas inquisiciones” y hablando de Nathaniel Hawthorne que hay escritores que escriben a partir de imágenes. Un engorro, sin duda, haber nacido así para las letras –quien lo probó, lo sabe-, pero quizá no tanto si lo tuyo es escribir canciones, un terreno menos extenso y más fértil para quienes no parten de un argumento sino que lo buscan; para quienes no dicen “contaré esta historia” sino que intuyen que detrás de lo que VEN hay una historia y hacen, pues, que su trabajo sea no el contarla, sino el encontrarla. O el contar el proceso de búsqueda. La música es más abierta a ese nivel.

Escuchaba el otro día a una banda que tocaba con nosotros hacer una versión de “Nuevo Harlem” (“En el Nuevo Harlem/en nuestro Bangladesh/en el Nuevo Harlem bajo/el otro andén”), un tema de los Lagartija Nick, aquella banda tan prometedora en su momento y, al menos para mí, tan decepcionante a medida que evolucionó, y pensaba: “Basta con una buena imagen, una solamente, para que una canción funcione”. Obviemos, claro, que en este caso la imagen es prestada, en cierto modo, enunciada previamente bajo otra forma por el más arriesgado y discutible de los Lorcas, ese que arrancaba “El Rey de Harlem” diciendo “Con una cuchara/arrancaba los ojos a los cocodrilos/y golpeaba el trasero de los monos” (que delicado y que cursi ese “trasero”, y que demoledor arranque, sin embargo).

Una imagen: “Pretty Woman” es la mujer hermosa que baja por la calle –y casi puede reducirse a ese simiesco aullido de aprobación masculina que entona pacatamente Orbison con inimitable gorgorito-; “Smoke on the Water” es un edificio ardiendo sobre un lago, con la capacidad que esto tenga –parece que mucha- para hacer bailar los cajones de nuestro inconsciente colectivo. “Sittin’ on The Edge of the Bed Crying” de los Drones es… bueno, es lo que su mismo título dice como lo son, supongo (cito las primeras que se me ocurren) “Ocean Shore” de los Celibate Rifles”, "Bikini Girls with Machine Guns” o “Naked Girl Falling Down the Stairs”” de los Cramps (que bien se les daban a estos la cosa, por cierto). O el puto “Search And Destroy”: soy joven y estoy loco, voy por las calles como un chulesco animal (enjaulado) en busca de mi dosis (I’m a street walking cheetah with a heart full of napalm”).




Por supuesto, no todas las canciones –ni siquiera una mayoría, supongo- son así, aunque abunden en la música popular. Hay temas que, de hecho, acumulan imágenes hasta la extenuación en lugar de sintetizarlo todo en una (pienso en “Lily, Rosemary and the Jacks of Hearts” y muchas otras de Dylan), o canciones narrativas de largo recorrido que son casi novelas  (“Tangled Up in Blue”, por no salirnos de la tradición juidaica).  Pero incluso en las que son parte de una construcción narrativa compleja, sucede a menudo que la imagen manda, simplifica, sintetiza y comunica de una manera difícilmente asequible para el razonamiento argumentado (al cabo, tenemos poco tiempo, queremos hacerlo rápido, es Rock&Roll, divina o maldita urgencia). Pienso, por ejemplo, en “Magic & Loss”, quizá mi disco favorito de madurez de Lou Reed, esa terrible crónica de la enfermedad y la muerte. Ahí está “Goodby Mass”, que es una imagen o puede ser reducida a ella: el hombre sentado en el funeral de su amigo, tratando de contener el dolor o preguntándose como lidiar con la ausencia de éste (“Sitting on a hard chair/trying to sit straight”). Y ahí está “Sword of Damocles”, que no necesita más explicación. Y ahí está “Magician” que es un hombre clamando a un ente superior en el que no cree porque no quiere morir. A despecho de que las canciones posean después una narrativa propia y extendida, en algunos casos sencillamente heladora, podría intentar reducirse un disco paradójicamente -o no- tan “literario” a un número de viñetas igual al de canciones. Y quizá eso sean las canciones de las que hablo: viñetas dibujadas por gentes con instintiva capacidad para el símbolo profundo, voluntad para observar la vida y un talento para el latrocinio y la apropiación que es necesario, casi siempre, en un creador. Al fin y al cabo, como me dijo un amigo “temas de verdad sólo hay cuatro o cinco”, y como añade el citado Borges en otro lugar del mismo libro, acaso las metáforas válidas sean sólo unas pocas y por eso se repiten siempre.

El problema viene, como indicaba al principio- cuando no se sabe qué es lo que representa o significa el símbolo –la visión que uno ha tenido-,  si es que significa algo en realidad. Ahí, de nuevo, el pop es más sencillo (y es que, no nos liemos, hacer una buena canción es más fácil que hacer un buen cuento, y hacer un buen cuento más fácil que hacer una mala novela): creo firmemente que hay un número importante de grandes canciones cuyo significado sus creadores ignoran. Sin embargo, y ahí está una de las claves, no ignoran que ese significado existe y que es poderoso, y por eso las canciones son, pese a todo, grandes. Por eso funcionan.

La búsqueda y el enunciado en crudo comunican, hace vibrar algo dentro, y el público del Rock, condescendiente, poco crítico, inteligente, quizá, en esa reducción absoluta a la primigenia emoción, no va a pedir cuentas ni explicación. Con un libro tendrías, en lugar de trescientos tipos coreando puño en alto algo que no comprenden, pero al menos sienten, a un editor discutiéndote algo que comprende menos aún y tratando de decirte sibilinamente qué es lo que en realidad querías TÚ contar (es decir, tratando de convertirse en autor encubierto en nombre de las supuestas “normas” de la narrativa). ¿Existen las normas de la narrativa? Existen, quizá, pero son demasiadas y por eso se le suele llamar “estilo personal”. Lo que sí existen son normas temporales y generacionales sobre como debe ser la narrativa “cool”; normas que suelen simplonas y, a medio plazo, inútiles.




A veces -y eso distingue a la música como lenguaje aparte, aliado, pero no necesariamente, con la palabra- las imágenes esenciales están contenidas por el sonido mismo. Pienso en la canción de los Rifles que he citado antes, “Ocean Shore”. Si no tuviera letra (una letra que no recuerdo) seguiría diciendo lo mismo, y si ni siquiera tuviésemos la guía del título daría igual. Es la música de un hombre en la orilla, frente al sol y al agua, muy anteriores a él y mucho más grandes que él. Sólo dudo si los demás lo perciben como un atardecer (así me sucede a mí) o no. En el lado no tan bueno del asunto, de esa capacidad viene el a menudo inevitable talante icónico del pop, su irritante facilidad para encarnarse en símbolo simplón (y por tanto vendible). O quizá es que nuestra mente tiende a sintetizar, para bien nuestro y comprensión del vulgo, sabiendo –ella antes que nosotros-  que hay quien come bocadillos de chorizo y de queso cada día pero nunca llega a pensar que ambos elementos se puedan combinar (siento la imagen chusca, pero es que conozco un caso).

Y también hay creadores peculiares, como nuestro querido Michael Gira, capaces de hacer temas que son en sí mismos una imagen única de contemplación, pese a que para levantarla use varias (“Kosinsky”). Sobre eso y sobre todos los errores que contiene este texto redactado a vuelapluma, hablaremos mañana. Conteste quien le plazca, por el momento, con su opinión personal.
Fdo.-LUIS BOULLOSA